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El faro del inversor
Tribuna
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Mismas curvas, mismos baches

Nadie tiene un coche que te salve del abismo, no lo tuvieron Salvino ni Tsipras y no lo tiene Trump

El presidente estadounidense, Donald Trump.

Comentábamos hace unas semanas en estas mismas páginas, en relación con las políticas económicas que cualquier dirigente puede implementar —y, más que cualquiera, Donald Trump— que “el mercado te modera”. En otras palabras, las posibilidades de salirte de las curvas que traza la coyuntura no son tantas, aunque tengas un buen todoterreno. Y, desde luego, el de la economía estadounidense, es muy bueno.

El problema aquí es que coger un mal trazado te puede sacar del camino a rodar un rato por un sembrado… o a caerte por un precipicio. Y nadie tiene un coche que salve ese abismo. No lo tenía la Italia de Salvini ni la Grecia de Tsipras. Y no lo tienen los EE UU, aunque la actual administración del país piense lo contrario.

En ese sentido, el mercado actúa como esa mezcla de navegador y corrector de la conducción de los nuevos turismos, que te mete dentro del carril. Por supuesto, dentro de este ejemplo, puedes conducir mejor o peor. Pero, al final del día, las caídas de la Bolsa y, sobre todo, las fuertes ventas de los bonos americanos, tras el famoso Día de la Liberación, han llevado a la administración Trump a dar un volantazo en su política arancelaria… de momento.

Porque lejos de cerrar un capítulo, la sensación es que Donald Trump no solo se conduce mal en las curvas: es que también coge casi todos los baches: querer repetir la estrategia empleada con China en sus negociaciones con la Unión Europea, es ir directo al socavón. Y se podrá argumentar que puede que tengamos un ejemplo de la fábula de Pedro y el lobo. Vamos que, en una de estas, vaya en serio y no de farol. Pero es que el mercado ya ha cogido el tranquillo al influencer de la Casa Blanca, y quien sufre principalmente los efectos de estas salidas de tono no son los activos de las naciones que, teóricamente, sufren el arancel, sino los de la nación que lo impone. Es decir, los activos estadounidenses. Así que estamos inmersos en una dinámica que viene siguiendo el mismo patrón: amenazas de aranceles, caídas de la deuda americana, llamada a la contraparte, tregua, mercado que se recupera.

Evidentemente, todo esto no es inocuo. La buena noticia es que la macro estadounidense viene reflejando números aún positivos. Nada se ha roto, de momento, salvo algún dato de PIB, muy afectado por el fuerte incremento de las importaciones —incremento que se debe al adelantar las compras los productores, para tratar de paliar las restricciones futuras al comercio que ocasionarían los aranceles—. Pero hay dos temas muy importantes en los que sí se está yendo a peor, claramente a peor.

El primero son las expectativas. Decíamos que nada se ha roto de momento, pero no está de más decir que no solo el productor (lo veíamos en el dato comentado del PIB) sino el consumidor estadounidense ven el futuro mucho más oscuro. Y la confianza del consumidor es básica para la buena marcha del crecimiento de EE UU. Ello toma especial importancia en un momento en el que da la sensación de que la administración estadounidense va a pisar el mismo bache que hundió a Liz Truss en el Reino Unido: cuando la deuda estadounidense está en entredicho (nada mejor para constatar esto que la reciente rebaja de rating de Moody´s), realizar una rebaja impositiva, que descuadre aún más las cuentas, no es una buena idea. Ser liberal y querer menos impuestos está muy bien, pero no a costa de salirte de la curva, como vivieron los británicos en el mencionado y efímero episodio de Mrs. Truss o los europeos del sur, españoles incluidos, en la crisis de prima de riesgo de 2010/2012.

El segundo, es el riesgo de acabar con lo que se ha dado en llamar la “excepcionalidad americana”. En esencia, durante ochenta años, los extranjeros hemos sufragado el consumo y el crecimiento de Estados Unidos, sin importar qué niveles de déficit o deuda registraban. Ello debido a la confianza en el sistema financiero estadounidense, la confianza en sus instituciones, la confianza en su moneda como medio de pago o reserva internacional, la confianza en su deuda como activo refugio y la confianza en su liderazgo internacional, de sus alianzas y fuerzas armadas, en su rol de “policía mundial”. Pues bien, las actuaciones de Donald Trump, sus ataques a la Reserva Federal, su modus operandi tan caótico en las negociaciones arancelarias, su actitud hacia sus aliados, etc., etc., han socavado todas y cada una de estas confianzas. Y ello se observa de manera especial en la devaluación del dólar y en la caída de precio de los treasuries.

Hay quien opina que el mal ya está hecho; que la desconfianza ha movido las ruedas de un nuevo orden, algo que se puede intuir en el golpe de timón de Europa en temas de defensa, por ejemplo. Es muy posible que este giro sea real. Pero no debemos olvidar que EE UU sigue siendo la primera potencia. El dólar puede perder relevancia, pero no existe una alternativa real a la moneda estadounidense, hoy en día. Desligar el ciclo europeo del americano no es tan fácil, ni, desde luego, rápido, incluyendo el sector de defensa mencionado. Y, los países son mucho más que sus gobiernos. En ese contexto, como decíamos al principio, EE UU es un muy buen todoterreno. Puede soportar muchos baches. Y el trazado de las curvas es el que es. De modo que, sin quitar ni una pizca a la buena historia de inversión que se está creando en Europa —esto da para otro artículo— no desdeñemos a los activos estadounidenses… tanto más atractivos cuanto más profundo sea el bache o peor tomada esté la curva.

Pedro del Pozo, director de Inversiones Financieras de Mutualidad.

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