Estadísticas, tópicos y lugares comunes para (mal)interpretar la economía
Los reguladores, los bancos centrales, los ministerios de economía y las comisiones de los mercados están desplazando la educación financiera hacia los bancos

En 2003, el Gobierno de Reino Unido realizó una encuesta para medir el nivel de conocimientos en aritmética de la población. Por cada 100 adultos en edad laboral, 47 carecían del nivel 1, el más bajo en la puntuación del Certificado General de Educación Secundaria (GCSE), que garantiza la capacidad para tratar con fracciones, porcentajes y decimales. El país cambió las políticas, acometió inversiones, y en 2011 se repitió la encuesta para comprobar que esta cifra… ¡había subido hasta el 49%!
Muchos de los cambios actuales y de los próximos 10, 20, 39 años exigen que toda la población se encuentre más cómoda con los números, que entienda bien lo que lee y domine la resolución de problemas. Según datos de la OCDE, casi el 40% de los jóvenes en Estados Unidos tiene niveles bajos de aritmética; en España, Italia, Irlanda y Reino Unido, esta cifra es superior al 30%. Sin embargo, hay países como Holanda y Corea que se encuentran en cifras de un solo digito, o sea, que sus conocimientos en aritmética son mayores. Por tanto, tenemos margen para mejorar.
La moda actual de los gestores de la política económica es traspasar al sector privado obligaciones del Estado y velar por los derechos de una parte de los ciudadanos a costa de mermar los de otra. Es el caso de la denominada educación financiera, una responsabilidad estatal, porque se trata de una competencia educativa, que es desplazada sutilmente por los reguladores, los bancos centrales, los ministerios de economía y las comisiones nacionales de los mercados de valores hacia el sector bancario, que ve cómo sus esfuerzos quedan neutralizados, por mucho que se aplique a ello, por los bajos conocimientos aritméticos de la población, tanto de la lectiva como de la egresada.
Antes de la educación financiera está la educación aritmética y, después de esta, la educación en resolución de problemas. Como consta en el Programa para la Evaluación Internacional de las Competencias de la Población Adulta, elaborado por la OCDE, en España uno de cada tres adultos tiene un nivel bajo o muy bajo de matemáticas, es decir, un 30% de la población solo es capaz de sumar y restar números pequeños y realizar operaciones básicas con números enteros o dinero, comprender decimales y encontrar datos aislados en tablas o gráficos, pero tiene dificultades con tareas que requieren varios pasos, como una proporción. Si nos fijamos en el área de lectura, según el mismo informe, el 31% de los españoles apenas comprende frases cortas y sencillas o textos breves en los que la información está claramente indicada. En cuanto a la capacidad para resolver problemas, un 35% de la población carece de esa facultad incluso cuando se trata de problemas muy sencillos que requieren un solo paso o que tienen pocas variables y escasa información relevante. La raíz de estas carencias se encuentra en los propios métodos de enseñanza y en las dos categorías irreconciliables en las que se divide la educación en todo el mundo: los que pueden y están cómodos con los números y los que no pueden y están incómodos, es decir, la famosa diferencia entre letras y ciencias, una falsedad que los planes de educación deberían corregir.
No hace falta alcanzar un nivel muy alto de aritmética para conocer la realidad y poder tomar decisiones a diario, pero es imprescindible poder entender las estadísticas en un mundo dominado por algoritmos, patrones construidos a partir de datos que miden probabilidades. Solo con estos conocimientos podemos comprender el mundo sin dramatismos. Las experiencias individuales influyen en cómo se perciben las cosas y están condicionadas por la información que circula en todo tipo de medios. Sin embargo, estos, por definición, siempre destacan la excepción en lugar de la norma, algo que puede asustar, y cuando una persona siente que se encuentra ante los peores escenarios, o cuando está presionada por los tiempos, tiende a tomar decisiones realmente estúpidas. Hans Rosling, profesor de Salud Internacional en Suecia y coautor del libro Factfulness, aseguraba que “nuestra capacidad de pensar de manera analítica puede verse superada por la necesidad de tomar decisiones rápidas y actuar inmediatamente. Depende de nosotros, como consumidores, aprender a consumir la información con una mayor conciencia de la realidad de los hechos, y ser conscientes de que las noticias no son muy útiles para entender el mundo”. Porque evidentemente solo son una parte de lo que ocurre, no todo.
Las estadísticas, los datos, son útiles, por ejemplo, para sopesar algunas afirmaciones políticas expresadas con una clara intención persuasiva, como cuando se utiliza el concepto “mayoría social” para orientar a los ciudadanos acerca de qué tiene que pensar para alcanzar la conformidad social. Sin embargo, deberían saltar las alarmas estadísticas internas. La palabra mayoría significa solo más de la mitad, pero cabría preguntarse si quien lo dice se refiere a un 51% o a un 99%. Y la palabra social es un término comodín que se ajusta bien a cualquier sustantivo. Se podría hablar también de una “minoría social” y podríamos preguntarnos cuál de las dos sería más social: la mayoría o la minoría.
Los conocimientos aritméticos pueden, por tanto, dejar al descubierto los intentos sutiles de manipulación. El Nobel Daniel Kahneman decía: “Podemos cerrar los ojos a lo evidente, tener un número equivocado, pero también podemos estar ciegos a nuestra ceguera al respecto”. Educar supone abrir la puerta a la complejidad, combinar ideas, ceder, resolver los problemas caso por caso. En lugar de hablar únicamente con personas que están de acuerdo con uno mismo o recopilar ejemplos que se ajustan a nuestras propias ideas, se debe tratar con quien nos contradice, está en desacuerdo y plantea ideas diferentes; es un excelente recurso para entender el mundo, aunque poco utilizado. Por eso, el mejor servicio de los Gobiernos a los ciudadanos sería aplicarse a ello con intensidad, empezando por integrar y hacer inseparables las ciencias y las letras en los estudios, enseñar a los ciudadanos a sentirse cómodos con los números y con los conceptos, con la estadística y con la filosofía.
¿Educación financiera? Por supuesto, ¿por parte de los bancos? Sin duda. Pero por encima de todo, aritmética, estadística, filosofía por parte de las Administraciones en un lenguaje y métodos diferentes de los actuales, y sin diferenciarlas como categorías opuestas.
Carlos Balado es profesor de OBS Business School y director de Eurocofín