El BCE abre una ventana de estabilidad en la economía
Queda la parte difícil: aprovechar el momento para reactivar la economía y reforzar la integración, pues la tormenta está lejos de amainar


El autoproclamado día de la liberación de Donald Trump, el 2 de abril, propinó una patada al tablero económico mundial. A medida que las piezas se van recolocando, y a pesar de una sucesión de idas y venidas indisociable de la Casa Blanca actual, el camino para la economía europea se va despejando. En anteriores reuniones, Christine Lagarde indicaba el impacto incierto de los aranceles, en magnitud, pero también en direccionalidad: las tarifas lastran la economía, pero podrían estimulan la inflación. Hoy el contexto está más claro, y labor del BCE es más sencilla. La inflación ha bajado por debajo del objetivo, y los componentes que más preocupaban en la torre de Fráncfort (salarios y precios de los servicios) están frenando antes de lo que anticipaban los economistas.
La revalorización del euro (más del 10% en el año) es una fuerza deflacionista, y está por ver, también, el impacto de las exportaciones chinas a Estados Unidos redirigidas hacia el Viejo Continente. Mientras la UE no aplique contramedidas arancelarias que encarezcan la cesta de la compra, y a falta de posibles efectos de segunda ronda, la guerra comercial enfría más que recalienta la economía europea. El BCE ha bajado en tres décimas la inflación prevista de este año y otro tanto para el próximo ejercicio, mientras las previsiones económicas se mantienen sin apenas cambios.
El recorte del jueves era de los fáciles; las cifras eran claras, y el ala ortodoxa del BCE ha estado a cubierto en las últimas semanas. Los tipos están ahora en el 2%, un nivel que tradicionalmente se considera neutral: ni estimula ni restringe la actividad económica. Aunque Lagarde se ha cuidado de anticipar tendencias, ha señalado en dos ocasiones que el ciclo de política monetaria está casi completado.
En condiciones normales, las autoridades monetarias necesitarían un extra de convicción para prolongar los recortes, en anticipación de posibles brotes inflacionistas. Las cómodas perspectivas de los precios, no obstante, dan al banco un cierto margen de maniobra; en la rueda de prensa, Lagarde se cuidó de atarse las manos, y puede tanto recortar en julio (opción menos verosímil) como esperar a las previsiones económicas que actualizará, quizá con mayor conocimiento de causa, en septiembre. Dentro del caos trumpista, los agentes económicos de la eurozona disponen al menos de una cierta visibilidad. Ahora queda la parte difícil: aprovechar esta ventana de oportunidad para reactivar la economía y reforzar la integración, pues la tormenta está lejos de amainar.